Pasan sus días, más por
encima que por delante, como si en cualquier momento fuese a explotar una bomba
a la que él mismo le ha cortado mal los cables. Nadie sabe si su niño
interior está muerto o callar es la única forma que tiene de pedirle auxilio. Él, por su parte, ha escuchado lo que otros tenían que decirle impasible, con
la cara del hijo de puta que mata y admite que no se arrepiente. Después a
solas se ha echado a llorar y a perder. Y ahora siempre duda del camino de
vuelta a casa.
«No estás perdido, tan
sólo confuso». Nos han jodido. ¿Acaso no es la confusión la peor forma de no
encontrarse?
Conocen que no
hace ruido para que se duerma el monstruo que despertó y crió hace meses y con
el que ya no quiere jugar, que no es otro que el vértigo que separa la cama del
suelo y al que se enfrenta cada mañana con el éxito ridículo de quien lo
consigue porque no hay nadie más compitiendo. No, no necesita dormir; necesita
que comprendan por qué hasta el zumbido del frigorífico molesta a quien carga
con una mente que ni en sueños le da un descanso. Piensan que le pesa su risa; la misma que no logra prolongar en el tiempo. Aquella que se expande paralela con el resto y nunca llegan a mezclarse sus ecos. ¿A quién no le hace mella todo lo
que ha sido y ya se fue? Primero ignorante, más tarde inocente; valiente sólo
unos pocos.
Qué terriblemente vulgar
el llanto cuando lo único que busca es consuelo. Y siempre de tontos.
Pero él continúa poniendo
su mejor cara partida, intuyen, cuando se cruza en las escaleras con el señor de la limpieza, con
la pareja del primero yo y luego también, con la niña que no deja de joder con la pelota. Entonces recuerda la educación que un día le inyectaron: su hermana con ternura, su padre con recelo,
su madre con ausencia. Y cuando viene a darse cuenta han pasado ya tres horas,
cinco días, catorce años. Y la cena ya está fría. Y el teléfono sigue sonando pero ahora es él el que
no quiere escucharlo. Y no pasa nada porque nadie habla de ello; porque nadie
lo dice en voz alta. «¿Y cómo vas de
aquello? Ya sabes». Y no pasa nada porque nada existe mientras no lo conviertan en lenguaje. Y no pasa nada porque a él no lo llaman por su nombre.
La última vez que lo vieron iba cantando por la calle, dicen. Tal y como hacía cuando nos cuidábamos entre nosotros
mientras el mundo nos obligaba a crecer.
Nunca olvidas a alguien
que crece contigo. ¿A quién no le hace mella todo lo que ha sido y ya se fue? Primero ignorante, inocente siempre tarde.
Valiente,
¿quién?
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