Me pregunto a qué le teme aquel que busca
en personas libros de autoayuda. Cuánta empatía nunca jamás nadie puso en sus
hombros aliviándole el peso de los mismos.
No hagas heridas en cuerpos ajenos para cobrar las cicatrices del tuyo, me digo.
Tener razones para llorar no es tener permiso para hacérselo a otros y creo que
quien está realmente con la mierda hasta el cuello, en lo último que pensaría
es en ahogar al de al lado; en lo primero sería en salvarlo.
Mucho miedo tenemos que dar las personas
para que los monstruos se escondan en el armario, pienso. No acepto el "cuídate" de nadie que no se vaya a quedar a ver si lo hago y es por el mismo motivo que me gustaría ser capaz
de gritar un "basta" en mitad de una
plaza llena de transeúntes, porque no son más que personas que pasan por un
lugar y también de largo ausentes a todo sentimiento que no le ensucie la
camisa, y que todos bajasen la cabeza pensando que tengo razón y no en que
la he perdido. Tampoco es tan importante, me convenzo. Espero
no darme por vencida a la tercera de la décima vez que lo intente y, si existe un
dios y tras suficientes años de cagarme en él no me lo impide, darme por contenta,
la vuelta y dejarme abrazar por los míos, que son el tejado de esta casa en construcción constante que soy yo, me conformo.
Mientras tanto me acuno en la idea de que algún año tendré treinta y no estaré
segura de si ese será mi lugar, sin embargo mi preferido en todo el mundo seguirá
estando bajo el edredón de mis padres. Imagino que entonces no andaré tan perdida.
Ahora algo me mantiene despierta, pero no sé si es el enjambre de abejas en la
cabeza o la colmena abandonada en el pecho. Aquí sigo, alimentando cuervos
en los ojos por el que nunca me dejó ciega; escribiendo en pasado
cosas que no vivo para encontrarme con el déjà vu en el futuro y hacer
como si esta vez sí; sabiendo decir adiós sin pensar en cuántas vidas se me van
en aprender, despedida tras despedida, a escucharlo.
Probablemente para aquel que no tenía nada que perder tampoco fue suficiente,
me repito.
Así que guardo silencio y aparecen larvas
en mi lengua; “n u n c a m á s”, deletreo.
Y al mirarme al espejo luzco las encías sangrantes de los perros que ladraban
por no morder.
No recuerdo en qué momento las palabras dejaron de afilar nuestros dientes.
Siempre sigo queriendo leerte más.
ResponderEliminarQué bonito lo haces.
Besos.